El gran sueño cumplido para Franco y Héctor
Cursaron la carrera de abogacía, se ayudaron para estudiar y les dieron el título el mismo día.
Para Franco Maxud (33), su papá fue su héroe de la infancia y su ejemplo de esfuerzo y trabajo durante toda la adolescencia. Y también fue su mayor sorpresa cuando entraba al mundo adulto: un día le propuso que estudiaran juntos abogacía. Así comenzó una aventura que los puso a prueba como compañeros de banco y también como padre e hijo.
César Maxud (55) es un hombre de mediana estatura y sonrisa pícara. Franco, que es más alto y un poco más serio, es el primero en dar detalles sobre esta singular historia. “Cuando terminé la secundaria en la escuela técnica decidí estudiar la carrera de ingeniería civil. Cursé hasta tercer año y dejé porque estaba trabajando en un call center, y porque tampoco estaba tan convencido de querer ser ingeniero”, relata.
En esos años, César -que toda su vida había trabajado en el comercio y en la cría de pollos- decide dar una vuelta de tuerca a su vida y apostar a lo que siempre le había gustado: el derecho. “De joven había empezado la carrera de abogacía en la UNT. Pero en el medio me casé y llegó mi primer hijo (Franco), así que tuve que dejar los estudios y dedicarme de lleno al trabajo porque había prioridades. Siempre me quedó esa materia pendiente; yo quería ser abogado algún día y desempeñarme en el poder judicial. Comencé por rendir un concurso, a mis 42 años, y entré a tribunales. Luego, me empezó a rondar por la cabeza la idea de ir a la facultad”, recuerda.
César admira mucho a su hijo. “Es muy inteligente. Me daba pena que deje los estudios. Así que no dudé en proponerle si quería ir a la facultad conmigo y rendir para ingresar al poder judicial. A él sí le gustaba la abogacía, así que accedió”, remarca. Después de dos exámenes, Franco pudo entrar a trabajar en tribunales (la primera había desaprobado).
Los dos se anotaron para cursar en la Universidad San Pablo T. “Fue un gran desafío; por suerte toda la familia nos apoyó. Fue un sacrificio porque tuvimos que dedicar mucho tiempo al estudio, y también fueron años de esfuerzo porque dejamos de lado vacaciones, arreglos de la casa o darnos algún gusto. La prioridad era destinar tiempo y plata para los estudios”, detalla César, que tiene cinco hijos en total y que actualmente es empleado del área probation del poder judicial.
“Ibamos en colectivo a la facultad y en el trayecto solíamos conversar cosas de la vida”, cuenta Franco. A la hora de estudiar, encontraron la fórmula perfecta. “Mi papá compraba los libros, yo tomaba los apuntes y hacía los resúmenes”, cuenta Franco. “Me costaba mucho retener conceptos; así que mi hijo estudiaba y después decía toda la lección en voz alta, al frente mío, y así yo podía memorizar mejor”, cuenta el padre.
“Cuando mi hijo no entendía algo, me preguntaba. El tenía la teoría y yo la experiencia de la vida, así que le podía aclarar muchas cosas en ese sentido”, especifica.
“Ser compañero de tu viejo al principio sonaba raro. Pero te acostumbrás a tenerlo ahí al lado en clase”, apunta Franco. Entre todas las anécdotas que tienen en el aula, hay una que Franco no olvidará nunca: “un profesor nuevo estaba por tomar asistencia y le digo: ‘espere que ya viene mi papá’. El docente no entendía nada, se preguntaba para qué iría un padre a hablar de su hijo en la universidad”.
Demoraron unos seis años en recibirse. En el medio los agarró la pandemia. “Ahí lo ayudé mucho a mi viejo con la parte de la tecnología, para conectarse a las clases. Terminé de cursar antes y rendí la tesis. Ahí le dije: ‘metele pata porque quiero esperar para que recibamos el título juntos’”, describe.
Y así fue. En 2022, en un acto donde no faltaron las lágrimas, les entregaron los los títulos de abogados. Que además son los primeros en la familia. “Fue un gran sueño cumplido. Se que él va a llegar muy lejos porque es muy inteligente”, remarca el papá. Franco destaca la perseverancia de su padre, que se haya animado a ir por su gran anhelo trabajando a diario y con una familia a cuestas. “Nos complementábamos bien. Nos alentábamos cuando estábamos cansados, nos dábamos fuerzas para seguir”, cuenta el joven profesional, que se desempeña en el fuero civil del poder judicial de la provincia. Atrás quedaron las incontables horas de estudio, esfuerzo y dedicación. César y su hijo sienten que hay algo que supera todo eso y que fue el gran motor de esta historia: el amor.
“Si yo vuelvo a estudiar, nos recibimos juntos”
La historia de héctor y su hijo juan cruz, que se graduaron de ingenieros en la UNT
Hay muchos hijos que van tras los pasos de sus padres. Pero esta historia es al revés. Héctor Reynaldo Varela (69) decidió ingresar a la misma universidad donde estudiaba su primogénito, Juan Cruz (37), con una doble intención: por un lado quería cumplir con algo que le quitaba el sueño, recibirse de ingeniero, y por otra parte impulsar a su hijo para que se graduara.
El resultado de esta aventura, llena de sacrificios y anécdotas, es que ellos terminaron más unidos que nunca. La admiración que se tienen desborda la mirada de los dos, cuando se sientan en la galería de la casa de Juan Cruz para empezar a relatar cómo fue que terminaron recibiendo un diploma juntos en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN).
Héctor cuenta que a él siempre le gustó la construcción de viviendas. Por ello, cuando salió de la secundaria, se inscribió para seguir la carrera de ingeniero civil, en 1974. Mientras estudiaba, comenzó a trabajar, luego conoció a María Silvia y se casó. Se fue alejando de la universidad porque tenía mucho trabajo y poco tiempo disponible. Había otras prioridades y muchas más responsabilidades. En 1986, nació Juan Cruz y, entonces, abandonó totalmente la carrera, recuerda.
Los años pasaron. Héctor tuvo cinco hijos en total. Dedicó su tiempo y esfuerzo a una empresa constructora y luego a la venta de servicios. Aunque nunca se olvidó de esas “materias pendientes” que habían quedado en la universidad.
En 2015, Juan Cruz le dio una noticia que le movió todas las estanterías: el joven pensaba dejar la carrera universitaria en el último año.
“Estaba cursando ingeniería electrónica y al mismo tiempo trabajaba. Sentía un desgaste importante, y también me replanteaba si era una carrera para mí o no”, confiesa Juan Cruz, que además es un apasionado por las matemáticas y las finanzas.
Héctor no olvidará nunca esa charla. “Me pareció una locura. Mi hijo es muy inteligente; tiene mucha facilidad para estudiar. Era un desperdicio que no se recibiera de ingeniero, estando tan cerca del título. En esos días averigüé si me podían reconocer algunas de las materias que yo había cursado y para mi sorpresa muchas de las que pensaba que estaban vencidas no era así. Hubo un cambio de plan y me permitieron revalidar las materias”, detalla.
Cuando regresó a su casa, sin meditarlo demasiado, le planteó el desafío a su hijo: “vuelvo a estudiar y nos recibimos juntos”. “Si yo puedo, vos también”, agregó. Juan Cruz lo miró encandilado aquella vez, y ahora cuando escucha de nuevo ese relato.
“Acepté la propuesta. Eso fue un motor para mí. Lo que más me motivaba era verlo estudiar de noche, porque trabajaba de día y cuando volvía agarraba los apuntes y libros. La verdad, me dio una gran lección de vida”, dice Juan Cruz.
En poco tiempo, el joven ya había rendido y aprobado las materias que le faltaban. Y su tesis final sobre un dispositivo para control de abejas tuvo la calificación máxima. Se recibió en 2018, pero no quiso que le entregaran el título hasta que su padre terminara y estuviera todo listo para él también. En el medio, los agarró la pandemia, así que la foto con los diplomas recién se la pudieron sacar el 29 de abril de 2022.
Héctor recuerda el día que rindió su última materia. “Eran las 12 de la noche y me encontraba prácticamente solo en la facultad, terminando el examen. No le había dicho a nadie de mi familia porque estaba nervioso y no quería sentir esa presión”, describe.
El profesor terminó de corregir y le preguntó: ¿cuántas materias te faltan? “Le dije que era la última, así que fue a llamar a otros alumnos que estaban ahí para que festejen conmigo. Había aprobado”, rememora.
“El día de la colación fue muy importante y permanecerá por siempre en nuestro recuerdos”, apunta Héctor, mientras bromea: “a mí me tocó llegar por la escalera, paso a paso, y él fue por el ascensor”.
A Juan Cruz se le infla el pecho de orgullo al hablar de su papá, con quien además comparte la pasión por el rugby y por River Plate. “El siempre fue mi guía, mi apoyo, mi compañero. Me enseñó que la perseverancia y el esfuerzo son claves para alcanzar las metas, incluso cuando el camino es difícil. Me tocó vivir en una generación de la inmediatez, pero esta experiencia me demostró que, con dedicación y paciencia, es posible superar los obstáculos logrando lo que uno se propone. Y mucho más cuando hay amor; todo esto fue por amor a mi padre”, reflexiona el profesional, que es papá de Alejo, de un año y tres meses.
Hoy Héctor y Juan Cruz tienen mucho para festejar. Han vivido una experiencia inolvidable. El papá resume: “la vida es única y nunca es tarde para emprender los sueños”. Mucho más si eso también implica impulsar a un hijo, para animarlo y ayudarlo a superarse.